Todos sabemos que la tierra es el centro del universo…

En el siglo II DC, Claudio Ptolomeo planteó el modelo del universo geocéntrico: la tierra permanece estacionaria mientras los planetas, la luna y el sol describen complicadas órbitas alrededor de ella.

Entre 1507 y 1532, Nicolás Copérnico, escribió su obra “Sobre los giros de los cuerpos celestes”, proponiendo un nuevo punto de vista: el centro del universo estaba en algún punto cercano al sol y a su alrededor se movían circularmente los cuerpos celestes de forma uniforme, durante toda la eternidad.

Durante catorce siglos, el modelo de pensamiento científico se mantuvo exactamente igual, ¿pero qué fue lo que pasó?. Las predicciones que el modelo geocéntrico permitían hacer, no coincidían con las observaciones de las trayectorias de los planetas. Simple: el modelo no daba respuesta a dichas observaciones.

Así fue que, la alternativa para explicar la trayectoria de los planetas tuvo que incorporar el modelo heliocéntrico propuesto por Copérnico. Tanto Galileo, Kepler y más tarde Newton se basaron en este modelo obteniendo frutos importantes. La teoría heliocéntrica alcanzó su punto culminante con la mecánica newtoniana, para ser luego a su vez, superada por un nuevo paradigma.

Analizar estas etapas de la historia del conocimiento, nos invita a preguntarnos, si los modelos con los que vivimos siguen dando respuesta a los problemas de nuestros tiempos o funcionan como “sesgos de confirmación”, que actúan tranquilizando nuestro espíritu pero nos impiden evolucionar, manteniendo con gran esfuerzo el status quo. ¿No será que la nueva “revolución copernicana” ya está entre nosotros y no queremos o no podemos darnos cuenta?.

En el mundo laboral, los modelos organizacionales tienen estructuras cada día más sofisticadas, con relaciones jerárquicas, funcionales inspiradas en el modelo taylorista de principios del siglo XX. Podemos ver los organigramas en potentes smart-phones, pero un observador avezado, se da cuenta rápidamente que mantienen la misma lógica desde 1914. El lenguaje nos traiciona. Cada vez que analizamos datos sobre empleo de algún país, utilizamos el concepto de “fuerza laboral” o bien buscamos posiciones en “relación de dependencia”.

Vivir en un mundo de certezas nos genera una tranquilidad ilusoria. Saber quien es el jefe. Saber a quien atribuirle la responsabilidad del propio error, cuando las cosas no salen según lo previsto. Desear alcanzar una posición en la “jerarquía” con la ilusión de que al hacerlo, se acabarán todos los problemas; logrando valoración y legitimidad del propio trabajo.

Pero vivir en un mundo de certezas tiene otra cara. La cara de la limitación, de la imposibilidad de amigarnos con nuestra vulnerabilidad, origen de la creatividad y la innovación. Esta restricción nos resta capacidad de desarrollar la inquietud, ese motor propio que nos lleve a buscar nuevos desafíos y aprendizajes, nuevas maneras de hacer las cosas. En definitiva, disminuye la capacidad de decidir sobre nuestras vidas, adueñarnos de nuestros intereses y valores, y crear nuestro futuro.

¿Estaremos viviendo en una época que demanda la necesidad de pensar nuevos modelos? ¿Y si en lugar de repetir inexorablemente la historia, aprendemos a asumir el desafío y comenzamos a implementar cambios? Pero cambios profundos, cambios en línea con nuestro sentido, cambios que generen un real impacto en las organizaciones, las personas y la sociedad donde operan. En definitiva, aceptar el desafío de volver a ser cada vez más humanos…

¿Podemos amigarnos con nuestra esencia?¿Cómo podemos ser más humanos?:

  • Comprendiendo que nos reunimos por un propósito, que necesitamos conocerlo, comprenderlo y sentirnos parte del mismo.
  • Entendiendo que aprender significa generar nuevas conectividades neuronales, para las cuales necesitamos generar experiencias significativas: conocimiento + emoción.
  • Advirtiendo que tener una ocupación productiva nos ordena, nos vuelve más saludables, nos ayuda a desarrollar empatía, siempre y cuando se desarrolle en un ámbito de confianza, colaboración y ayuda mutua.
  • Sabiendo que el “multitasking” es una estructura emocional de las especies animales menos evolucionadas que el hombre, diseñadas como mecanismos de defensa, por ende, en nosotros genera ansiedad y paranoia.
  • Observando que nuestras conductas y emociones son imitadas por los demás cuando compartimos un espacio.
  • Haciendo cosas por los demás, sin esperar nada a cambio.
  • Disfrutando del proceso, sin tanto foco en el resultado.
  • Buscando e implementando la solución suficiente para resolver la tensión que se ha manifestado, en lugar de buscar la mejor solución a todas las tensiones.

Estamos viviendo una experiencia única e irrepetible. Navegando en medio de una nueva revolución copernicana. No será fácil abandonar nuestras certezas y en el camino algunas batallas resultarán adversas, pero al final del día, habremos alcanzado un nuevo horizonte.